Estos días, sin embargo, el discurso que a pie de calle y a golpe de tuit parece acompañar mayoritariamente a cada nuevo invento, a cada nuevo avance producido en el seno de dicha revolución, es el de quienes se muestran más deslumbrados por la innovación en sí misma que por sus verdaderas aplicaciones humanas.
Esa concepción lúdica del progreso, aunque relativamente necesaria, suele obviar que fuera de nuestro hogar digital y de nuestra tecnificada oficina de Hong Kong o de Nueva York las transformaciones sociales no se miden, por el momento, en número de blogs, dispositivos móviles o aplicaciones electrónicas disponibles.
Esa es, de hecho, una de las barreras a las que se enfrenta el fomento de la Sociedad de la Información en todo el mundo: la debilidad de los temas sobre desarrollo en la agenda colectiva y la ausencia o invisibilidad de las aplicaciones tecnológicas adaptadas a contextos sociales específicos, problemas humanos concretos y personas totalmente comunes.
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