viernes, 22 de octubre de 2010

Sociedad de la Información


La idea de una sociedad más dinámica, más próspera y más justa ha sido siempre el pilar ético sobre el que se han asentado y justificado revoluciones como la que hoy se está desarrollando en el marco de las nuevas tecnologías.

Estos días, sin embargo, el discurso que a pie de calle y a golpe de tuit parece acompañar mayoritariamente a cada nuevo invento, a cada nuevo avance producido en el seno de dicha revolución, es el de quienes se muestran más deslumbrados por la innovación en sí misma que por sus verdaderas aplicaciones humanas.

Esa concepción lúdica del progreso, aunque relativamente necesaria, suele obviar que fuera de nuestro hogar digital y de nuestra tecnificada oficina de Hong Kong o de Nueva York las transformaciones sociales no se miden, por el momento, en número de blogs, dispositivos móviles o aplicaciones electrónicas disponibles.

Tal visión confunde, a veces, el consumo masivo de productos tecnológicos -incluso en los lugares más pobres y recónditos del planeta- con la mejora real de las condiciones de vida de sus usuarios; o, peor aún, se olvida con cierta frecuencia de que también en las redes más populares y colaborativas de Internet la mejor de las conversaciones resultará estéril en términos globales si no acaba propiciando cambios tangibles y positivos.

Esa es, de hecho, una de las barreras a las que se enfrenta el fomento de la Sociedad de la Información en todo el mundo: la debilidad de los temas sobre desarrollo en la agenda colectiva y la ausencia o invisibilidad de las aplicaciones tecnológicas adaptadas a contextos sociales específicos, problemas humanos concretos y personas totalmente comunes.

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